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La piel que habito. Foto: Lucía Faraig

Entrevista a Pedro Almodóvar

Pedro Almodóvar (Calzada de Calatrava, 1949), el artista más importante de España. Ganador de dos Oscars (por Todo sobre mi madre, 2000, y Hable con ella, 2002), tres Goyas, cuatro Césars, dos premios en el Festival de Cannes,...  
El 2 de septiembre se estrena La piel que habito, en la que se adentra en territorio salvaje para contar la historia de un científico loco con rasgos de psicópata, Antonio Banderas, y su enfermiza relación con su creación, Elena Anaya. Una incursión en el cine de terror sin sangre ni (casi) violencia explícita, que deja al espectador despavorido preguntándose por las muchas claves de un filme complejo y magistral.

Texto: Juan Sardá.

En esta larga entrevista habla sobre su película, sobre los problemas de identidad, la dificultad de aceptar el paso del tiempo o el riesgo que conlleva ostentar el poder. Sigue siendo simpático, como siempre, quizá más reservado. Sabe que le valoran más fuera de España pero no se queja. Almodóvar, genio y figura, maestro del cine mundial.

La piel que habito es una de sus películas más redondas en todos los sentidos. ¿Está contento con ella? A mí me gusta mucho, me da un poco de apuro decirlo. Y eso que tengo una relación peculiar con mis películas, me interesan cuando las hago, pero una vez hechas me desentiendo en seguida. Alguna vez, cuando cazo un momento cuando las pasan por televisión o me acuerdo de ella, muchas veces tengo la impresión de que hay cosas que me gustan mucho, lo cual justifica para mí, a nivel vital que las haya hecho, pero hay otras que las hubiera hecho de otra manera y...(resopla). Pero en ésta, que es una película posibilista, como todas, porque es la que podíamos hacer, al ver el primer montaje me di cuenta de que podía estar satisfecho. Realmente, hasta ese momento no sabes si las decisiones encajan, por eso cuando ruedo monto a la vez, para saber lo que estoy haciendo. Y la primera vez que vi el monstruo, como llamamos Pepe Salcedo y yo a ese primer montaje, tuve una buena sensación. Es una película complicada de hacer, arriesgada en muchos aspectos... Pero estuve muy contento con los actores, con la fotografía o la estructura, que también es peculiar.

La piel que habito narra el drama de una persona que debe aprender a vivir con un físico que no es el suyo desde el punto de vista más extremo. Puede entenderse como una metáfora radical sobre ese sentimiento de extrañeza que todos tenemos muchas veces con nuestro propio cuerpo. Muchas veces, bromeando con mis amigos, les digo que dentro de mí hay un hombre muy interesante físicamente. Y se ríen. Yo no voy por la vida así pero siento que en mí también hay alguien muy guapo, aunque luego me miro y veo otra cosa. Pero ya de pequeño me sentía extraño. Por ejemplo, me llamaban Pedro y yo no volvía la cabeza porque no pensaba que se referían a mí. Había algo atávico en eso, mi abuelo también se llamaba Pedro. Después tienes que tener suficiente identificación con tu realidad porque si no tienen que internarte. Es bueno identificarse con uno mismo, aceptarse. Pero todos estamos condenados a esa extrañeza.

Eso está relacionado también con el hacerse mayor. El cuerpo cambia, el tiempo pasa, pero el interior de uno va más lento. Yo hasta hace no mucho tiempo, hasta los 50 años, sentía la mismas necesidades y me sentía igual que cuando iba a Rockola. De joven pensaba que a los 50 me apetecería hacer otras cosa más adecuadas a esa edad y capacidad física. Y es muy jodido, porque no puedes hacerlas, ni puedes pretenderlas porque te partes la cabeza. Siendo ya mayor, no es que me sintiera joven, sino con las mismas necesidades, aunque el sentido común te dice que no debes. Hubo un momento en el que me vino todo de golpe. No es una sensación alegre. Yo tengo un problema con el paso del tiempo y con la muerte, trato de aceptarlas pero me cuesta muchísimo trabajo. La vida no te deja otra opción, pero no lo he aceptado todavía. Lucho por ello, incluso con mis propias películas. Cuando hice Matador, una fábula sobre unos asesinos, está hablando sobre la muerte. Me di cuenta entonces de que sólo era capaz de aceptar la muerte si iba asociada al placer sexual.

Todo ello está relacionado con la identidad, que es quizá el gran tema de La piel que habito. Utilizando terminología cristiana, podríamos decir que vemos la diferencia entre cuerpo y alma. Sin duda, la película está muy relacionada con la idea de la identidad sexual, yo diría que eso va más allá de los propios genitales. Se es mujer o hombre, y uno sabe muy bien en qué consiste esa diferencia, pero no tiene que ver con el comportamiento o los genitales, es otra cosa. Una de mis intenciones con La piel que habito es reflexionar sobre ese principio de identidad que no se sabe muy bien qué es. Hoy la ciencia ha avanzado que es una barbaridad. Cuando comencé a pensar en esta película, hace muchos años, era de ciencia ficción y al final la he situado en 2012 porque la ciencia avanzaba más rápido que mi propio guión. Cuando estábamos rodando ya vimos un laboratorio en Granada que cultiva piel y la utiliza en las unidades de quemados, que es un invento maravilloso. Una vez descubierto el genoma estamos al borde de casi una nueva humanidad. Eso va a cambiar de un modo radical porque la bioética está controlando el proceso pero no se sabe hasta dónde puede llegar. Quiero creer, sin embargo, que hay un elemento que tú llamas cristiano, inaccesible para la ciencia, que no se sabe dónde está físicamente: lo podemos llamar el alma, o el espíritu. La identidad es algo que quiero creer que es inaccesible. Es cierto que te sientes igual, no puedes hacer las mismas cosas, uno va cambiando, vas almacenando experiencia pero muchas veces pienso que soy casi la misma persona que cuando tenía nueve años.

La piel que habito es su película más terrorífica. El personaje de Antonio Banderas es el más malvado que he creado. Jamás había definido a un personaje desde el primer momento como psicópata. No intento que el espectador sienta empatía. Va a abusar de su poder hasta límites terroríficos, se humaniza cuando se enamora, pero como no tiene experiencia en ser humano, se comporta como un crío. Más que víctima de sí mismo, es inconsciente de sí mismo. Es lo que define a los psicópatas, no se ponen en el lugar del otro, no saben lo que es el dolor. Hay algo en su cerebro que consiste en no saber ponerse en el lugar de los demás. Por eso hace esas monstruosidades.

Su historia personal, de todos modos, está marcada por la tragedia. Tiene un background trágico que comparte con toda la familia: el hermano, su hija, su mujer… Es una familia maldita, y de esa maldicion la única que es consciente es la madre, que está tratando de luchar para terminar con ella. Él no se da cuenta de que, a través de ese plasma descomunal, cuando convierte la pared en una ventana a su prisionera, y no puede dejar de mirar a esa mujer, él no es consciente de hasta qué punto comienza a obsesionarse, y son las otras dos las que le empujan a tomar una decisión. Es consciente de que no sabe qué hacer, y su madre entiende que el personaje de Vera, con esa potencia y capacidad de sobrevivir, los va a llevar a la muerte. Pero eso tampoco justifica sus acciones.

La película reflexiona sobre los peligros de conferir a los científicos los poderes de un Dios. Hay un momento en que Marilia (Marisa Paredes) le reprocha creerse Dios y le dice que los verdaderos dioses se van a vengar de él. Todo creador participa de esa capacidad divina. Y lo digo en todos los ámbitos. En este caso, está creando un ser humano a imagen de otro ser, la mujer que amaba, y empieza a actuar como un hombre muy distinto. El otro día leí, no sé dónde, que la diferencia entre un científico y Dios es que Dios nunca dice que es un científico. Él se siente un Dios que crea vida, y ahora mismo se va a poder crear vida de un modo artificial. El papel del director es parecido. Durante un tiempo, das vida a una fantasía tuya, te lo hacen todo y a los actores puedes pedirles todo, incluso aunque te pases, parece que como eres el director puedes hacerlo. Y hay muchas veces que puedes pedir cosas que no son lícitas. Cuando el director es una persona mandona, autoritaria, con poco respeto por la vida de los demás, puede ser un hijo de puta. Estás haciendo una creación para tus ojos. Tú en ese momento estás actuando para ti mismo, no existe el espectador. Yo, como director de Penélope, no es un ejercicio masturbatorio, pero es para tu propio placer y para tus ojos. Entre el creador, el científico loco, un director de cine o el protagonista de Vertigo hay una relacion directa. Ese hombre que encuentra a Kim Novak, le cambia la vida, la lleva a una serie de tiendas.... Stewart está construyendo una mujer para él y eso es un director de cine.

Esa Vera aislada y vigilada a todas horas es un ejemplo extremo de la vida contemporánea. Cada vez nos sentimos más espiados, más controlados. El ser humano tiene la capacidad de organizarse y rebelarse contra ese poder monstruoso. Y el ser humano está rebelándose contra eso desde que existe. Lo que es muy contemporáneo es que estamos rodeados de imagen en movimiento. En nuestra propia casa podemos tener cámaras para que no nos la roben o para controlar cómo la niñera cuida al niño. Cada vez sabemos más cosas sobre la vida de todo el mundo. El poder, esa masa que maneja los hilos, sabe más de nosotros. Yo cada vez tengo más inseguridad sobre los teléfonos y cómo nos controlan.

Diría que La piel que habito es una película perversa. Una película perversa es calificar mis intenciones de perversas. Y no lo han sido.

Lo que sucede sí es terriblemente perverso. Yo siempre he defendido el derecho de todo el mundo a moldear y construir su cuerpo de acuerdo a su propia identidad, a la que esa persona sabe que es la suya. En el caso de la identidad de género he sido especialmente claro. Pero utilizar la sexualidad como castigo es la cosa más perversa, es uno de los castigos más espantosos y terroríficos que pueden imaginarse. La castración es una de las cosas que más miedo psicológico pueden generar. Es una cosa que provoca un gran terror. Por eso yo buscaba una austeridad en la narración, sin efectos ni chorreos de sangre. No hay incisiones en la piel. Sin embargo el mensaje es muy directo y mucha gente que ha visto la película me ha contado que ha salido alterada de la película. El cine ha perdido un poco esa capacidad de alterar mediante la sugestión. Ahora es posible hacerlo todo, y con las películas actuales nunca tengo la sensación de peligro porque muchas veces no ves pelearse ni a seres humanos sino a creaciones digitales. Cuando tienes a verdaderos humanos, el terror se multiplica.

Hay muchos elementos de filme de terror clásico: el científico loco, la casa terrorífica, la propia idea del monstruo… Los hay, pero quería hacerlo de otro modo. Una fuente es el cine de terror italiano, el giallio. Pero no quise pensar en ninguna de esas películas y hacer la mía propia, decidiéndola día a día. Alcaine, con la luz, me acompañó muy bien en eso. Le dije en una reunión que sabía lo que no quería. Por ejemplo, evitar esos homenajes al giallio o a la Hammer. Tampoco quería claros y sombras, existía la tentación de hacer una película en blanco y negro como un Fritz Lang expresionista con sombras en la pared. También podía plantearse decantarse por lo kitsch o lo psicodélico, que puede ser muy atractivo, pero quería pasar de ello. Como hay elementos de Hitchcock, pero no quisimos emularlo. Alcaine ha hecho un trabajo fantástico. Uno se tiene que entender no sólo con la palabra y hubo ese tipo de entendimiento.

Sin desvelar la trama, sí puede decirse que Elena Anaya y Jan Cornet son dos caras de la misma moneda. Hay elementos físicos, como que tienen la misma altura. Hay un momento en el que se ve primero a uno y luego a otra y te das cuenta de lo mucho que tienen en común. No se mueven ni la cara ni los ojos porque comparten el mismo volumen de facciones. Me impresionó mucho. Primero elegí a Elena y me costó muchísimo trabajo encontrar a Jan porque debían tener una cierta similitud física. Además, entre ellos se imitaron, tuvieron un proceso de mimetismo. Elena imitó más a Jan que al revés. Incluso aunque no hay ningún equivoco sobre la sexualidad de Jan, hay algo un poco femenino en su forma de comportarse: en su modo de caminar y en el modo de correr.

La evolución del personaje de Jan es el eje de la película. Podríamos hablar de una historia de iniciación en las condiciones más brutales imaginables. Se convierte en un hijo de la superviviencia. Todo tiene que terminar en una venganza en la que se ve abocado a convertirse en un asesino. Cuando mata lo hace con un gesto de desagrado, como diciendo: para conseguir salir de aquí no me queda otro remedio. Al mismo tiempo, existe el Síndrome de Estocolmo, es importante que el espectador piense que en algún momento se plantea quedarse. Veamos el caso de la austríaca Natasha Kampusch, cuando habla de su secuestrador y, nada más evadirse, está preocupada por ese hombre que ha sido su verdugo. Pero es el hombre que ha estado allí, son momentos que no puede borrarlos. Para mal, pero también para bien la única referencia humana para ella ha sido ese tipo. Un detalle morboso, pero fascinante, es que ha comprado la casa donde estuvo cautiva… no va a ser una chica normal nunca. Pero el Síndrome de Estocolmo es absolutamente humano. Tanto Elena como actriz como la construcción del personaje tienen que ser tan buenos como para convencer al espectador de que se va a quedar. Pero cuando se ve en una lista de desaparecidos  se enfrenta a su propia imagen y ve que su madre sigue buscando desesperadamente, eso también te da una pista de que no se va a quedar. Yo no tengo muy claro si ella en algún momento quiere quedarse porque también pienso que los personajes tienen vida propia. Pero si sé cuál es la decisión final, el descubrimiento de quién es.

Lo que popularmente se conoce como “almodovariano”, ese humor descacharrante y algo surrealista, aparece muy brevemente, en la escena del hermano. La más jocosa de la película. Es un guiño. También hay que tener en cuenta que mi hermano ha salido en todas mis películas, desde Pepi, Luci y Bom (1980) hasta hoy y a él le hace ilusión. En este caso sale con su propio hijo y a mi sobrino también le apetecía. Esa escena la rodamos de una forma muy espontánea. Las actrices no sabían que la secuencia iba a ser tan larga y las cogió un poco por sorpresa, su reacción es muy natural.

Ha habido una cierta polémica con que hay gente que se ríe con una película tan poco cómica como ésta. Puede haber momentos con una presencia sutil de humor, pero desde luego no es una película para que la gente se ría. En Inglaterra o Francia, encuentran mucho humor en la película, es una cosa cultural.

En el filme hay dos figuras maternales muy fuertes. Marilia (Marisa Paredes) y, en menor medida, la madre de Vicente (Susi Sánchez). Marilia es una madre feroz. Me interesa mucho la maternidad como tema. Me gustan las madres alteradas como Carmen Maura (¿Qué he hecho yo para merecer esto?) o la Penélope [Cruz] de Volver. Son madres que van a luchar hasta el último suspiro por proteger a sus hijos. También me gustan ese tipo de madres feroces, de las que en el cine español no hay tradición pero sí en la literatura y el cine americanos. Como esta Marilia que ha engendrado a dos hijos locos y salvajes. Roger Corman hizo muchas, como la de Mama sangrienta de 1970 con Shelley Winters; lo vemos también en The Grissom Gang de Robert Aldrich, en la que la jefa de la banda de forajidos es la madre. Y en oposición a esa madre salvaje tenemos a la de Jan Cornet. Es una madre que sabe que su hijo no ha muerto. Ella siente en alguna parte de sus vísceras que sigue vivo. Tengo un proyecto para hacer una película que será sólo sobre madres, donde veremos todos los tipos. Quiero hacer un montón de películas sobre la maternidad y los vínculos familiares.

La puesta en escena sigue siendo uno de sus fuertes. Es curioso porque sus películas están llenas de símbolos, de objetos, pinturas, vestidos, con un gran significado semántico, pero al mismo tiempo no son simbólicas. No son películas “psicologistas” donde se haga simbología o surrealismo. Los símbolos me ayudan a explicar en parte a los personajes o están relacionados con mis propios gustos. Por ejemplo, en la casa del cirujano vemos cuadros de Tiziano, cuadros con flores descomunales… lo que quiero decir es que ese lugar se ha utilizado en otra época para el cuidado de la belleza y la salud femeninas. Hay un cuadro que es muy importante, que está inspirado en Baldessari, sólo aparece en dos ocasiones, en el que todas las caras de niños tienen un círculo de color que las tapa, y que es imposible reconocerlos. Esto habla de la identidad claramente. También hay algunas máquinas que decoran la parte izquierda del hall, así como de hierro.

Da la impresión de que sus películas más relacionadas con el humor se entienden fuera de España y dentro, así como las más dramáticas son más apreciadas fuera. Es curioso porque la comedia es un género muy local, el lenguaje, las situaciones y en cambio lo entienden muy bien fuera de España. En la última década en la que cine ha sido mucho más grave, más dramático, me ha ido mucho mejor fuera que aquí. Eso es un hecho. No estoy acusando ni a los espectadores, ni a los críticos, pero Hable con ella tiene todos los premios posibles en todo el mundo, en cada país ganó el premio a la película extranjera, Javier Cámara ganó en Europa, incluso mi propio guión ganó el Oscar cuando sólo ha ocurrido dos veces en 75 años. Sin embargo, la película en España apenas recibió un solo premio. Las películas funcionan bien pero me da pena muchas veces por la gente que trabaja en ellas, yo ya tengo suficientes premios. Pero lo que es indiscutible es que mis películas han tenido un recibimiento más entusiasta fuera que en España.

En la imagen: Antonio Banderas y Elena Anaya en una imagen de la película. Foto: Lucía Faraig.

Entrevista a Pedro Almodóvar