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Manuel Barbero. Arte que duele

Autor: Maijo Mora

El arte como lo conocemos tiene muchas variantes y puntos de vista para el espectador. Aquellos que son capaces de interpretar una obra y su mensaje, conmoviéndoles; o aquellos que buscan la simetría o la belleza en sus formas. Todo es posible dentro de una obra de arte, el imaginario, hace el resto. Pero si ambas se fusionaran, el resultado sería, claramente, impactante.

Para conocer mejor el mensaje social a través de la belleza artística, entrevistamos a Manuel Barbero. Artista con una amplia experiencia en obras con conciencia social, Catedrático en Bellas Artes, profesor, ganador de varios premios (Premio Accor de París o el prestigioso Premio Lazarillo de Ilustración), y autor de varios libros.

Recientemente sus últimas obras fueron expuestas en las madrileñas Galería Blanca Soto y Not Gallery, bajo la batuta de Oxfam Intermón. Unas obras altamente viscerales sobre la realidad socio-cultural en Colombia, que reflejaban, a su vez, el trabajo que la ONG realiza gracias a la ayuda en cooperación en este conflictivo país, que ya sufre los estragos de los recortes en este tipo de ayudas por parte del Gobierno.

Después de varias colaboraciones como artista para CESIDA, Fundación Ciudad de la Esperanza y Alegría, Médicos del mundo o exposiciones como Migración y racismo. ¿Qué es lo que te impulsa como artista a seguir colaborando en proyectos solidarios?
La necesidad de intentar aportar algo, mediante mi obra, a esa parte de la sociedad, cada vez mayor, que necesita algún tipo de ayuda. Creo que todos tenemos una parte de responsabilidad, evidentemente unos más que otros, en que este mundo esté cada vez más polarizado y con mayores desniveles sociales, y creo también que todos debemos tener una parte de responsabilidad en intentar luchar para que esto no sea así. Cuando surge la posibilidad de participar en algún proyecto solidario que me permite colaborar mediante mi trabajo artístico lo hago encantado. Ojalá fuesen más numerosos.

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Impartes formación en Bellas Artes, como profesor, ¿qué papel desempeña el arte para transmitir valores como la solidaridad o la conciencia social?
Creo que trasmitir valores como la solidaridad o la conciencia social deberían ser algo obligatorio en todo lo vinculado con la sociedad, desde la política y el mundo de la empresa, hasta la educación o el arte. Indudablemente nos iría mejor y, con seguridad, no habría tanta usura o corrupción.

Mi experiencia, dentro de la Universidad, es que la conciencia social está muy presente en el mundo de la enseñanza y los alumnos son muy sensibles a todo lo que sucede. Es interesante que el artista pueda dar visibilidad y voz, no sólo a la parte hermosa de la realidad, sino también a la parte más dura y hostil. Especialmente porque hacia lo bello suele ser más fácil mirar, mientras que hacia lo que no lo es, se suele girar la cabeza.

También es cierto que dentro del mundo del arte, a veces, surgen conflictos difíciles de explicar, como los que se generan cuando, por ejemplo, uno escucha los precios desorbitados que alcanzan determinadas obras en las casas de subastas. Por desgracia, el arte tampoco es inmune a la especulación y a la desmesura, y eso, desafortunadamente, poco tiene de solidario o social.

Según tu experiencia, ¿crees que la denuncia por los recortes en cooperación o la sensibilización ciudadana tienen espacio como mensaje dentro del mundo del arte?
Creo que sí. Otra cosa es cuánto espacio ocupan dentro del conjunto de la sociedad las denuncias por los recortes, la sensibilización ciudadana y el arte como mensajero. El arte es un mundo complejo pero lo es, fundamentalmente, porque el ser humano es complejo y la sociedad más compleja aún.

Hay mensajes que suenan siempre bien: justicia social, equilibrio económico, trabajo justo, libertad de pensamiento, preservación natural, medicina global, derechos humanos, etc. pero que se escuchan muy mal. Si hablamos de arte, hay mucha sordera y ceguera para este tipo de mensajes, lo cual es comprensible, incluso, hasta cierto punto: somos seres cómodos. Y la comodidad es refugio de la inacción. Yo admiro a los que abandonan la comodidad de su refugio para intentar ayudar a los demás.

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En este sentido, muchos críticos y artistas creen que el arte sin mensaje social, deja de ser arte. ¿Qué opinas al respecto?
No estoy de acuerdo. Creo que el arte es un espacio abierto donde tienen cabida, obviamente, todo tipo de propuestas, intenciones, conceptos o contenidos. Entiendo que cada parcela de lo artístico obedece a los intereses de artista o comisario que puedan estar detrás de ella y, en algunos casos, incluso estar dirigida a un público determinado.  

Para mí, que el arte pueda tener un mensaje social es tan importante como necesario, pero pienso que también deben existir otro tipo de mensajes. En realidad, lo realmente importante es que exista el arte, que se puedan decir cosas a través de él y haya una sociedad receptiva a esos mensajes. Evidentemente, esto último es lo más difícil de conseguir.

¿Cómo es el proceso creativo que vives con estas obras?
El sentimiento de libertad está siempre presente, pero el grado de responsabilidad respecto al sentido del proyecto varía. Me refiero al hecho de sentir que la obra final no es exclusivamente mía sino también de aquellos, o aquello, a los que pueda dar voz a través del arte.  Por otro lado, disfruto mucho desdoblándome en mi proceso creativo cuando tengo que encarar un proyecto sin carga social respecto a cuando sí la tiene, porque me posiciona en un punto de partida diferente y noto que me complementa como artista.

Los proyectos 'sociales' no sólo me obligan a indagar sobre problemas que, normalmente, sólo conozco tangencialmente; también me motivan a activar los sensores del dolor o la solidaridad, a ponerme en el lugar del otro para, a partir de ahí, comenzar a pensar en imágenes y conceptos que liberen esas sensaciones.

Háblanos de tu experiencia en Colombia con Oxfam Intermón. Como artista, ¿qué te movió a colaborar en este proyecto?
Cuando me lo ofrecieron me lancé encantado. Tenía todos los ingredientes con los que me apetecía trabajar pero uno me motivó especialmente: el trabajo de campo; poder conocer de primera mano lo que se estaba haciendo en Colombia y a las personas que a las que se estaba ayudando. Fue un viaje muy duro pero muy enriquecedor, lleno historias y de lecciones de vida.

¿Qué emociones artísticas y personales viviste en Colombia, rodeado de víctimas de conflictos y situaciones de violencia?
Las emociones llegaron a través del contacto humano. Fue un viaje muy intenso tanto en entrevistas como en emociones. Estar en contacto directo con el dolor en sus distintas y aterradoras variantes te empapa de una capa de realidad que siempre llevas puesta. Me gustó ver la fortaleza que tiene el ser humano para salir adelante pero, especialmente, la fortaleza que tienen algunos seres humanos por pelear para que las cosas cambien. Quizá eso fue lo más emocionante, sentir que existen posibilidades de cambio, de justicia, de mejoría. Minúsculas, ínfimas, difíciles, pero posibilidades al fin y al cabo. Sin eso todo estaría perdido.   

¿Con cuál de tus obras te sientes más identificado, según la experiencia vivida allí?
Puede sonar a tópico, pero con todas. Cada una ha cubierto una parcela de mi experiencia y se complementan entre sí, no sólo conceptualmente, también técnicamente. Hay trabajos más gráficos, más documentales, interactivos, unos más visuales y otros más reflexivos. Obedecen a las distintas miradas y emociones que tuve, unas veces más empáticas, otras más distantes, unas más diplomáticas y otras más sensibles. En unas hablo del miedo, en otras de los desaparecidos, los desplazamientos, las leyes asesinas, la soledad y el dolor, las amenazas perennes, complicidades y manos manchadas de sangre o de carnicerías humanas...

¿Qué mensaje pretendías transmitir con las obras creadas para el proyecto #CuestionArte de Oxfam Intermón?
He pretendido que el espectador subiera tres peldaños, el de la sorpresa, el de la reflexión y el de la empatía. Es decir, que el espectador se sorprendiese ante el trabajo para, a partir de ahí, invitarle a conocer el sentido del mismo y, con él, a reflexionar sobre lo que está conociendo.

Con ese conocimiento quería llegar a un mensaje de empatía, de ponerse en el lugar de los otros y observar la realidad desde su prisma: asesinatos, asedios, amenazas, desplazamientos forzosos, familias rotas, hijos desaparecidos, corrupción, guerrilla, narcotráfico, ejército, etc. Pero, y aunque las obras hablan del  dolor de las personas y yo haya buscado su empatía, el mensaje final, sin embargo, es de esperanza. Porque la esperanza en un final feliz o, al menos, más justo y sin sangre, que es lo que buscaban todas las personas que conocí. Y, como esa esperanza pasa por que se conozca cuál es su realidad, el trabajo realizado es mi aportación como artista a ese conocimiento.

Hubo algún momento crítico durante tu estancia en Colombia que destaca sobre tus obras, ¿Cuál fue?
Recuerdo que en el municipio de Apartadó, mientras comíamos esperando un carromato que nos llevase a la perdida comunidad de San Josecito, esquilmada por la violencia y cuyos muertos se cuentan por decenas, nuestro anfitrión e interlocutor Alejandro Matos, hombre curtido en secuestros y realidad colombiana, con el que nos sentíamos totalmente seguros, nos advirtió que hablásemos más bajo y que cambiásemos de conversación porque los tres hombres que compartían la mesa de al lado no sólo le parecían sicarios sino que nos estaban mirando de forma amenazante.

El agreste camino hacia la comunidad transcurría por mitad de la selva y sus cunetas estaban llenas de tiros en la sien. No sucedió nada, pero la sensación de amenaza y de miedo real se hizo más evidente que nunca. El miedo, el sentirse amenazado como una constante, lo he querido transmitir en alguna de mis piezas como el 'El árbol de las amenazas' o 'El miedo en mí'. No tanto como experiencia personal, que también, sino como deferencia a todos aquellos que lo viven de manera cotidiana, especialmente aquellos que lo padecen por defender la justicia y los cambios a una sociedad mejor.

Entrevista a Manuel Barbero. El arte que duele