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EL CORAZÓN ES UNA RUINA

Por Rebeca Queimaliños. Fotos: Guillermo de la Madrid

Actitud punk con intención. La frase sintetiza con bastante honestidad su trabajo. Aunque, pese a lo desafiante del concepto, no pide alcohol. Tiene los niveles de alergia disparados, así que el menú es antihistamínico y café americano. Razona con modestia, pero su trazo ha transformado el paisaje urbano de Madrid.

La mano derecha de El Rey de la Ruina ha perfilado cada uno de los corazones esparcidos por el asfalto la ciudad. Cavidades torácicas de líneas gruesas, músculos huecos en tonos cálidos, venas sin destino, ventrículos ensangrentados y un toque cínico en cada obra.

La idea surge en un hospital hace más de diez años. Un dolor insoportable en el brazo izquierdo termina con el diagnóstico de cardiomegalia -malformación que se caracteriza por el agrandamiento anormal del corazón- y Ruina empieza a jugar con esa idea de la desproporción y lo deforme. Los primeros corazones cuelgan en una galería de arte, en una exposición titulada 'La política de tener corazón', y solo después se lanzan a la calle.

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El proceso inverso a la lógica artística. 'Quería lanzar mensajes políticos y sociales sin pretensiones. Y era muy sugerente la metáfora del corazón como el recipiente de lo emocional conjugado con lo racional - y alejado de los sentimientos- de la política'. 

Su hábitat natural es el cemento, el aluminio y los productos Montana. Durante la carrera de Bellas Artes flirtea con otro tipo de expresiones artísticas como la serigrafía, la instalación o el arte conceptual. Pero regresa al asfalto y todavía recorre las arterias -principales y secundarias- de la ciudad.

'La balanza giró de forma natural. Me interesa la interacción con el público, el impacto, la democratización de las expresiones artísticas'. E, influenciado por artistas de la contracultura americana como Barbara Kruger o las Guerrilla Girls, disemina corazones al por mayor a partir de 2011. Es su marca registrada aderezada (siempre) con una pincelada sutil de mordacidad.

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No le seducen las etiquetas y mantiene una actitud intransigente con el 'star system' que rodea a la industria. Su trabajo se nutre del graffiti, pero su estilo -interactivo- nunca pasaría los filtros más puristas. No le seducen los 'tags' -la expresión más primaria del grafitti- porque cree la gente no entiende esa forma de arte, pero defiende esa expresión artística. 'La gente define como cerdada las firmas. Y a mi me parece una guarrada los vehículos a motor o los perros, pero entiendo que forman parte del paisaje urbano. La ciudad es eso: ruido, suciedad, oportunidades…'. 

Es más inflexible con el 'business' que rodea a la industria. Cree que es un microcosmos que se sustenta en la escasez para especular hasta el infinito. 'Todas las industrias se han democratizado excepto la del arte, que mantiene el sistema primitivo de piezas únicas a precios prohibitivos. Ningún artista es tan precioso como para crear obras imposibles de reproducir'. Amén. El Ruina ha hibernado en invierno. Volverá en primavera. Con la misma acidez. Trazos imperfectos. Y mensajes incómodos. 

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