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Es mejor que improvisemos
 
Por Rubén Arribas Foto: Juan Carlos Quindós 
 
Los sonidos oscuros inundan las sábanas en la noche, heridas de trompeta, sexo en el aire exhalado del saxo, matemática musical bajo tus mudas medias cuando entra lento y pesado el contrabajo. Sostenido sobre tu piel deslizo mis dedos en rápida escala, ascendente, descendente, por los rincones de tu cuerpo iluminados por el blanco y negro progresivo del deseo.  
 
Una vez más me lleno de jazz cuando ando por donde no quiero estar, vacío, buscando sentido. Y me transporto a un Club que podría estar en Nueva Orleans, en La Habana o en Madrid, pero que solo permanece en mi recuerdo y me coloco atrás del todo, en las sombras de una barra, en una fiesta callada del que está solo en la noche y es  entonces, como si todo hubiera quedado grabado en el olfato, cuando el olor de la emoción inunda mi imaginación de música, de  caras anónimas, de murmullos de conversaciones lejanas, de risas y silencios, de ambiente de whisky con hielo.   
 
Es en ese momento cuando de la oscuridad apareces, te acercas, me miras y me pides fuego, y yo te pregunto torpe cómo te llamas y tú me respondes segura; que es mejor que improvisemos.    
 
El concierto es nuestra declaración de independencia, nuestro aliento es el aire de todo el universo, nuestro nuevo hogar no contaminado por el ritmo impuesto de los otros, el remanso a nuestras pérdidas, mudanzas y anhelos. Las notas del azar juegan con nuestras nostalgias.  Aquello que sale de las profundidades del alma no rinde cuentas a ninguna partitura. Y la muerte se revela de imprevisto muy cerca del micrófono con un grito que confundo con tu susurro improvisado. Y ahora qué, me preguntas.  Y me sale del alma; es mejor que improvisemos.  
 
Es de noche y, sin embargo, llueve. 
 
Los sonidos oscuros inundan las sábanas, bajo tus mudas medias negras...  
 

EDITORIAL. Improvisemos