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  • César Lucas Abreu, retratado por su padre, Cécar Lucas, para la edición nº 105 de El duende, dedicada al retrato.
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  • No me lo puedo creer, César
  • Por Paloma F. Fidalgo

En los últimos diez años, los habituales que estáis al otro lado de El Duende habréis visto la firma de César Lucas Abreu unas cuantas veces en las páginas de la revista, y su forma de entender del mundo reflejada en tantas y tantas imágenes con las que este fotógrafo colaboró con nosotros.

Todo empezó con un reportaje divertidísimo. Ya hacía tiempo que seguía el trabajo de César cuando contacté con él, incluso me lo habían presentado fugazmente otros colegas en una exposición del Círculo de Bellas Artes. Era 2010, y venía de patearse, cámara al cuello, medio centenar de países durante algo más de dos décadas, retratando para las cabeceras Viajar o Sunday Telegraph paisajes y gentes con el estilo fresco, colorista, lúdico y de vocación muy social que lo han definido. Ahora se había instalado en Madrid, después de ser padre y a la vista de la decadencia del fotoperiodismo viajero: las condiciones de trabajo se habían rebajado hasta el subsuelo, y César, que no se mordía la lengua ni de coña, lo criticó siempre que pudo. En esta nueva etapa se estaba dedicando a las fotos de Motor, Deporte y, sobre todo, a los retratos de artistas y personajes de lo más variopinto, a los que dejaba perplejos con esas sesiones en las que, en muy poco tiempo, era capaz de sacar a cualquiera de su zona de confort.

Total, que le propusimos hacerse un reportaje fotográfico con su padre, César Lucas, otro mítico fotoperiodista conocido por sus imágenes de la Transición. Aceptó encantado porque, como aprenderíamos con el tiempo, se apuntaba a un bombardeo. Nos presentó al mito en persona, y ambos Césares se retrataron mutuamente, y compartieron en nuestras páginas impresiones sobre sus carreras, sus generaciones y sus respectivos estilos. La experiencia fue tan buena que, pronto, César pasó a ser, durante varias temporadas, el fotógrafo de cabecera de nuestro ‘Havana 7. Historias que cuentan’, además de cedernos una portada veraniega con un tipo tirándose desde un muelle, encargarse de las fotos de primavera de nuestro Calendario de la Cultura 2017 o retratar a Víctor Clavijo, hace un par de años, en moto y en mitad de la Plaza de Oriente.

Así fue como pasé de ser fan de César a su compañera de muchos trabajos, y su amiga. Espero haber estado a la altura al menos en alguna de estas tres cosas, aunque no pude ir a ningún concierto de su banda, de su “cañerísima” banda, según me advertía él en sus invitaciones. Como profesional, César no solo tenía un ojo privilegiado: también era serio, puntual, perfeccionista, tenía muchísima iniciativa y era muy autoexigente. Me acuerdo de nuestra última colaboración: lo que iban a ser unas fotos muy sencillas en una de las pastelerías de Horno San Onofre, retratando a mascotas y sus dueños para celebrar San Antón, terminó en exposición en la galería Mad is Mad, y fue gracias a la magia de César, que recorrió medio barrio ganándose a animales y humanos, y que preparó un set profesional en mitad de neveras de pasteles.

Y como persona, César era todavía más alucinante. Humilde, reservado, generoso, buen compañero… Me acuerdo de cuando fuimos juntos a entrevistar a Iñaki Gabilondo, y antes de irnos, como sabía que aquel era (es) uno de mis ídolos, le pidió que posara conmigo para regalarme la foto. O de cuando le propuse sacar un libro sobre jazz, y en cinco minutos ya me había enviado un wetransfer con unas veinte imágenes.

Sabía de su enfermedad en este último año. Me advirtió de que lo tenía difícil para volver a trabajar. Pero no me voy a acostumbrar a no encontrarlo al otro lado del Whatsapp cuando me salga un curro en el que podamos colaborar juntos. El recuerdo y cariño de todo el equipo de El Duende está ahora con sus padres, con su chica y, sobre todo, con sus dos chavales. Su padre no les deja solo un gran legado artístico, también un grandísimo ejemplo personal. Seguro que serán unos figuras, como él. No me lo puedo creer, César.

 

 

No me lo puedo creer, César