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Pinito del Oro (en Junio de 1999)*

La Gran Dama del Aire

"¡Y ésta si que no será artista!" Su madre ya había sufrido mucho al ver trabajar en el circo a sus 18 hijos. Entonces, en esos momentos, deseó que su última niña fuera modista o partera. Cualquier cosa menos artista.

Sin embargo, el tiempo pone las cosas en su sitio. Los pequeños milagros de la vida le llevaron a desafiar las leyes de la gravedad, a pelear con el riesgo, a ser la primera trapecista del mundo.

Hace 29 años que murió parte de su alma, la noche que también lo hizo el circo Price. Pero los sentimientos, el olor a serrín mojado, el color de las lentejuelas, el sabor del debut y el tacto del trapecio... no se olvidan tan fácilmente,.. No, porque es la vida del circo, su vida.

¿Cómo pasó de considerarse una niña sin vocación ni aptitudes para seguir la tradición familiar circense, a ser la gran dama del aire? Esos son los pequeños milagros de la vida porque yo, realmente, ni tenía aptitudes ni me gustaba el circo. Mi afán era estudiar. Yo no tuve disciplina académica. Cuando llegábamos a los pueblos, aquí en Canarias, como estábamos muchos días, mi madre me metía en las escuelitas de pueblo a cambio de unas entradas para el circo. Así aprendí las primeras letras. Aunque me iban, nací en un circo y no tuve más remedio que dedicarme a lo que hacía mi familia. Empecé haciendo el alambre, en el que por cierto era muy mala; pero cuando me pasé al trapecio ensayé fuerte y aprendí a amar el circo.

En una limpieza general del circo, antes de marchar de Canarias, apareció el trapecio oxidado que había pertenecido  primero a su padre y después a su hermana Esther. ¿Configuró mentalmente su destino en ese momento? En esa limpieza, que hicimos para que el viaje costase menos, mi padre bajó el trapecio de mi hermana, cuando ya se había matado en aquel accidente de coche que tuvimos, y dijo “¡qué pena que un número tan bonito, antiguo y único, desaparezca para siempre!” Yo le respondí, quizá intuitivamente: “mire, porque no me lo pone a ver si yo puedo hacer algo". Así lo hizo, el equilibrio que había aprendido en el alambre me sirvió, lo dominé y eso le abrió a mi padre toda su ambición acerca de mí.

Pero, ¿es cierto que al principio su padre no confiaba mucho ni en sus dotes ni en sus habilidades? No, claro que no, como ninguno de mi familia. Yo además era flaca, fea, enfermiza. Por eso me había apartado del circo. Cuando empecé se burlaban. Pero a partir de ahí empezó a coger fe, a ser amigo mío, aparte de profesor y de padre.

Cuando nació su madre afirmó “¡Y ésta si que no será artista! Años más tarde, su padre le escribiría “eres la raza que ensalza el viejo Segura (El circo familiar)”. Yo hice el número 19. Ella había sufrido mucho, había visto trabajar a sus hijos y las malas caídas que sufrieron: a uno le faltaba un riñón, a otro le extirparon tres costillas,... Pensaba que el último regalo que le había dado la naturaleza y la vida había sido yo, la última niña, y la quería para ella.

¿A qué situaciones verdaderamente comprometidas se ha tenido que enfrentar durante su trayectoria artística-profesional? En 1950, recién casada, en el Madison Square Garden de Nueva York, me encontré el trapecio a unos 14 ó 15 metros de altura con 16.000 pesonas sentadas y el circo lleno. Estaba acostumbrada a trabajar a 5 ó 6 metros de altura en el circo de mi padre, y cuando me asomé desde las cortinas de control para ver el trapecio... Creí que me desmayaba, me moría, me orinaba encima del miedo que tenía. Ese fue mi primer gran reto. Me jugaba mi porvenir. Me llené de fe. En esa época yo tenía fe en algo (confiesa), recé a todos los santos del mundo, y salí airosa.

¿Cuál es la ley del circo? El circo tiene una ley. Hay que adorarlo, hay que quererlo. La otra parte de esa ley, primordial, es ensayar, ensayar, ensayar; que es lo único que te da seguridad y confianza;  y lo que decía mi padre, tener un buen profesor, como él lo fue para mí. Yo ensayaba tres o cuatro horas diarias en ese trapecio que ya tiene 100 años.

Presuponemos que ama usted el riesgo, ¿de dónde nace? Amaba... El riesgo está ahí. Forma parte del número, de lo que uno quiere demostrarle al público, que lo domina, que no le tiene miedo, que sale a pelear con él, a ver quien puede más. Yo sabía que me jugaba la vida, es indiscutible. Pero eso también es lo que hay que combatir. Es la lucha del circo, del torero,...

Después de su grave caída en Laredo y romperse las dos muñecas ¿qué voz interior apareció para volver a subirse al trapecio incluso mucho antes de lo que le recomendaron los médicos? Eso me ocurrió durante las dos caídas anteriores también. Es un afán de mostrar al mundo que aquello no ha sido suficiente para romperte, para retirarte, aplastarte, y de mostrarse a una misma que sigue siendo la misma artista, que aquello no ha sido motivo para coger miedo. Entonces sales con la idea de que, o vuelves a recuperar tu personalidad y tu nombre, o te estrellas. Por eso yo me adelanté a lo que me decían los médicos. Salí de nuevo, triunfando porque todo salió bien.

¿Qué se siente sobre el trapecio? Sentimiento... No sé. Somos autómatas que hacemos lo que aprendimos aunque, naturalmente poniendo calor humano. Lo que hay que hacer encima del trapecio es ser profesional, ser artista.

¿De qué era usted capaz por el circo? Todo. Superé mis enfermedades, mi falta de preparación... Empecé a ensayar con doce o trece años, después de muerta mi madre, y tuve que recuperar el tiempo perdido. Mi padre me hablaba de otros artistas y me decía : "tú vas a triunfar, vas a recorrer el mundo". Quizás él no se lo creía pero a mí eso me potenciaba. Se convirtió en una especie de obsesión.

¿Existe un antes y un después para Pinito del Oro tras su éxito en el Ringling en EEUU? El antes fue mi vida con el Segura cuando todavía había racionamiento y la gente se estaba recuperando de los inconvenientes de la guerra. (1941-42). Y el después, surgió a raíz de mi triunfo en Nueva York donde pasé a ser la estrella de un ballet muy importante en el país más potente del mundo.

¿A qué huele el circo? A gloria, a poesía, a serrín mojado, a esos aparatos vacíos. Huele a silencio, a soledad; una soledad poética. Yo la adoraba. Adoraba llegar al circo antes y contemplar el silencio cuando estaban los aparatos allí solos coleando. Yo sentía el circo, yo lo quería.

Paseaba sus soledades por los cementerios. De pequeña, no sé si era porque leía a Espronceda, pero me gustaban esos cementerios pequeñitos de tumbas vacías, en el suelo. Me inspiraban. He sido una mente tormentosa, aunque no triste. No, porque no veo la muerte ni el más allá como algo tétrico ni dramático. Yo lo miraba como algo romántico, bonito, eran personas que estaban allí y no podían estar en otro sitio porque no existían. Era algo inexplicable y ahora todavía no lo comprendo muy bien.

¿Por qué si el circo Price acababa usted también lo hacía? Era hora de retirarme. Tenía 29 años. Hacerlo en el Price era una obligación, y además en Madrid, que tantos homenajes me ha hecho y donde tantos triunfos tuve.

¿A qué sabe la retirada? Al principio a nostalgia, soñar todas las noches con el circo. Recuerdos. Cuando me retiré la primera vez era como una sonámbula en mi casa, también coincidía con mis mayores dificultades matrimoniales. Me había dejado atrás toda mi vida, cada parte de mí misma. Reaparecí en el 68 y ya volví a encontrarme a mí misma, a respirar como si saliera del agua a la superficie. La segunda retirada, la definitiva, fue más fácil de superar aunque seguía sintiendo esa nostalgia, esa tristeza que es ver morir parte de tu vida. Se ha muerto parte de tu alma y ninguna otra muerte, ni padre, ni hermano, te afecta como ésta.  Ahora, mi casa es una cueva museo, un pisito muy sencillo, todo lleno de fotografías, de litografías, de trofeos, banderitas, de libros.

¿Qué soñaba entre función y función cuando se sentaba fuera de la caravana? Tenía mis sueños, también como mujer. Era artista pero en mi interior tenía un alma femenina. Estaba enamorada del amor y era romántica. Mi matrimonio fue un fracaso desde el principio. Él y yo eramos simplemente compañeros, me ponía el trapecio, se ocupaba de mí y yo me subía arriba. Yo tenía otros sueños, vivía mucho para mí misma, para la parte artística, tenía una gran responsabilidad, me tenía que ocupar de mí, no cansarme, no ir mucho de compras, llevar zapatos bajos porque claro yo trabajaba con la punta de los pies.

"El circo se puede comparar a un hogar grande, porque en él hay más fraternidad que en ninguna otra profesión", escribía en sus memorias... ¿Cuál es la "Otra cara del circo" haciendo alusión al libro de Arturo Castilla? Arturo Castilla era un gran empresario, un gran hombre de negocios. Pero no sentía el circo de la misma forma que lo hace una persona que nace en él. El empezó grande con sus tres hermanos. Formaron los "Cape". Inventaron una serie de chistes,... como "¿qué le dijo la sartén al cazo?"... Arturo era un creador y sus chistes causaron sensación. El libro, creo, porque dice muchas tonterías, que no fue escrito por él. Tiene muchos defectos.

La otra cara del circo ¿por qué me caí y tuve un accidente? Esa no puede ser la cara triste del circo. Que salga eso tan gastado del payaso que sabe hacer reir mientras su mujer se está muriendo. Esa no es la cara triste del circo, esa es la cara triste de la vida.

¿Qué le llevo a escribir sus memorias o a publicar cuentos como "Rada"...? ¿Por qué nadie ha publicado su autobiografía? No lo sé, porque mira, no escribo mal,... de verdad. Tengo mucho de poesía. Quizá por eso, porque ahora haya que escribir diciendo palabrotas. De hecho ya las estoy metiendo en mis nuevas cosas porque veo que tiene mérito, que le gustan a la gente y que parece que es lo que se lleva.

¿Qué está pasando con el circo? El circo está pasando por una crisis, la TV lo ha matado todo. El circo se está desmoralizando un poco, primero porque no tienen ayudas, segundo porque cada vez imponen más impedimentos, más papeleos. Los solares para montar un circo suelen estar muy alejados. Son todo tropiezos. Los buenos artistas se van al extranjero, están mejor vistos, mejor pagados, viven mejor, en mejores circos y todavía hay afición. Eso no quiere decir que dentro de unos años, 15 ó 20, resucite otra vez. Surja una buena compañía, una forma de circo diferente. A mí me gusta el circo de siempre pero hay que adaptarse a la vida moderna. El circo del Sol fue algo maravilloso, no era todo circo...Fue algo de otra galaxia pero no se masticaba el circo. A mí me cautivó porque era extraño.

EL ESPONTÁNEO

Aire: Paz

Tierra:Seguridad

Miedo: No mucho. Tengo más miedo a las cucarachas.

Voluntad: Toda

Risa: Muy necesaria de vez en cuando, especialmente la sonrisa.

Llanto: Es bueno porque se valora la risa.

Viaje: Infinidad

Soledad: Me gusta

Entereza: Toda, para afrontar los inconvenientes.

Poesía: La llevo en el alma, no sé por qué no he sido poeta. Está en el alma de quien la siente.

Amor propio: Hermano gemelo del orgullo. Una persona sin ambos es nula.

Texto: Concha Romero Márquez y Esther Ordax.

Fotografías: cedidas por Pinito del Oro

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* Bienvenidos a la Hemeroteca de El Duende: en esta sección publicamos algunas de las entrevistas más interesantes o curiosas que han sido publicadas en los quince años de historia en la revista El Duende. El tiempo también es distancia...
Esta entrevista fue publicada en la edición nº 7, en junio de 1999. Cuerpo al limite.

15 años de entrevistas en El Duende: Pinito del Oro