Editorial Nº133
Y entonces vuela...
Y tú ibas en bicicleta y yo corría detrás.
Ibas y venías y en cada una de tus pedaladas yo recordaba,
cuando era mía tu alegría, tu excitación
y solo el verte me sublevaba.
Y tú caías, llorabas y volvías a intentarlo, no sin miedo.
Y yo reía y los que paseaban miraban.
Y todos éramos cómplices con una sonrisa
de aquello que perdimos sin darnos cuenta un día.
Toda la ilusión en una vuelta más de pedal,
la cuarta, la quinta y como un milagro
se adviene el equilibrio y se abre horizonte nuevo
en una inconsciente aún lección de vida.
Y caigo en la cuenta que ahora anda mi vieja amiga, como una cantante calva,
abandonada en una esquina.
Y en la cuneta caigo de que ando mucho y ya no corro, como niño sin bicicleta,
y que el aire no huele ya ni a pino, ni a resina.
Y entonces te grito, grito: ¡pedalea! ¡pedalea!
Pedalea hasta volar;
como si pudieras retener por siempre toda esa inercia
y no deterne jamás.
Y tu ibas en una bicicleta y yo corría detrás.
Pensando que tal vez El Duende fuera una bicicleta con sus ruedas de letras
que cuando giran y giran sueñan en despegar del papel a la eternidad.
Y si El Quijote se enfrentaría a molinos y Larra pasearía Madrid a lomos de una de ellas.
Porque las bicis las creó el viento del material de la inocencia y ante la posibilidad de que este sea mi último poema,
grito, te grito, me grito ¡pedalea, pedalea!
hasta llegar al mar y hundir en él las ruedas.
Y me siento un periodista montado en un caballo de metal sobre un poema, un grito tocado de brisa.
Texto: Rubén Arribas. Ilustración: Nuria Cuesta