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César Lucas Abreu

La Habana

Tras 25 años disparando la cámara por los cinco continentes, y publicando sus coloristas reportajes en prestigiosas cabeceras –Viajar, Sunday Telegraph-, César Lucas Abreu –hijo del mítico César Lucas, y portadista de la presente edición de El Duende- no ha dejado de ejercer de fotógrafo –por cierto, su especialidad son los retratos-, pero sí ha decidido asentarse en Madrid. “Ha sido a raíz de ser padre y de la decadencia de la fotografía de viajes como forma de trabajo, cada vez peor pagada y organizada”, lamenta. ¿Cuál de los centenares de ciudades elige para comentarla en esta edición? Pues La Habana.

¿Por qué deberíamos ir a La Habana? Todo el mundo debería conocerla, y creo que habría que intentar visitarla antes de que hubiera cambios políticos, cambios en su idiosincrasia, y de que se convierta en un parque temático caribeño como tantos.

¿Cómo la definirías con un solo adjetivo? Simpática.

Dicen que, allí, la gente es muy afable. ¿Quiénes fueron las personas más curiosas que conociste? Una vez hicimos una cena en casa de un contacto de mi familia. A la cena se unieron un par de personas con las que trabajé esa semana, el taxista que me acompañaba todos los días (más bien me esperaba en el centro porque yo iba siempre andando), su mujer y algunos vecinos, y cada uno aportó algo a la mesa o al vaso, para que fuera una velada inolvidable. Para mí, lo fue.

¿Qué prefieres, Miramar, Vedado o Centro Habana? Centro Habana. Será porque soy de ciudad y en el centro ocurren muchas cosas. La Habana es una de esas ciudades donde la cultura forma parte fundamental de la rutina. Aparte de los cabarets megaturísticos Le Parisien y Tropicana, no tuve la ocasión de conocer muchos locales. Pero, como viajero individual, pude ver las clases en las aulas de la Escuela Nacional de Danza, de Gimnástica o de la Escuela Nacional de Flamenco, como dirían allí, “de gratis”. De todas formas, levantas una piedra y salen músicos de gran nivel en cualquier esquina. De los mejores trompetistas, pianistas, bajistas del mundo. Solo oírlos tocar la clave es espectacular.

Hablando de precios, ¿notaste mucho lo bajos que son? Recuerdo que en 1995 compraba por un dólar una botella de ron “El Santero”.

¿Qué comías, y dónde, en La Habana? Las tres veces que fui a Cuba estaba vigente el “Periodo Especial”, y no había mucha oferta de locales públicos. En mi último viaje ya empezaban a existir algunos Paladares, donde podías disfrutar de comida local en casas particulares a buen precio. También solía comer en alguna terraza del Paseo del Prado. Eso sí, la oferta era siempre la misma: pollo o pescado con Moros y Cristianos.

¿Dónde probaste los mejores mojitos? Tomé tantos que no lo recuerdo, pero en el Hotel Nacional estaban muy buenos.

¿Cuál es tu parte preferida del Malecón? El Malecón es muy largo y tiene muchos sitios “de foto”. He paseado horas con él a la izquierda o a la derecha. Había músicos, fiestas, parejas de enamorados, carreras de perros, niños con cometas y unas puestas de sol rosado muy especiales. 

¿Cuál es el mejor recuerdo que tienes de la ciudad? Recuerdo con cariño un atardecer en la azotea del Hotel Cohiba, con un amigo de Madrid que me encontré esa tarde y una amiga suya cubana. Era el día de la inauguración y había unas vistas de la zona preciosas.

¿Por qué dejaste de dedicarte a la fotografía de viajes? Pues, en primer lugar porque fui padre, pero también por el hundimiento del sector. Cada vez se pagaba menos y menos, se organizaban viajes exprés donde no se podía hacer gran cosa, y mi último reportaje de Split, que cubría ocho páginas, lo tuve que hacer en un día. Al final el lector no se entera de esos detalles, y lo único que percibe es un reportaje flojito, y acaba desprestigiándote en un momento. Cuando tomé la decisión hace algo más de un año, pensé que la depresión iba a ser mayor, que lo echaría mucho de menos. Y sí, me entristece, pero también estoy pero que muy a gusto en mi casa con mis amigos y mi familia. He viajado mucho tiempo más de 200 días al año, y eso no te permite tener una vida personal muy completa. Cuando tenga a los hijos criados es muy posible que lo retome, pero seguro que ya nunca será para una revista de papel como las de antes.

¿Qué era lo peor de esa profesión viajera, aparentemente tan atractiva? Los aeropuertos y los taxistas. 

Por Paloma F. Fidalgo. Foto: La Habana © César Lucas Abreu.

César Lucas Abreu: La Habana