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Elías Knörr

Reikiavik

El poeta gallego es un auténtico fenómeno literario en su país de adopción y el mejor y más personal anfitrión que nadie puede tener en la capital islandesa.

Es uno de los autores de culto en Islandia. Tanto que la primera ministra le citó hace unos años como uno de sus escritores de cabecera. Elías Knörr o Elías Portela, su nombre real, llegó de su Galicia natal a Islandia con una beca Eramus para aprender latín e italiano cuando estaba estudiando Filología Románica y terminó escribiendo poesía en islandés y convirtiéndose en uno de los nombres más relevantes de la literatura de la isla. Tras varios best sellers, nos cuenta que ahora mismo está traduciendo novelas, preparando un nuevo libro en islandés y maquinando el próximo en gallego. Sobre publicar en castellano (sus versos solo han sido traducidos al gallego), señala, que no le han llegado ofertas. “No depende de mí”, remacha. Recorremos la capital de Islandia con Elías, quien nos descubre su visión más personal y alejada de las rutas oficiales de su país de adopción.

Reikiavik en letras: “Es difícil elegir una librería porque van cambiando con cada coletazo de la crisis. Me gusta mucho Mál & Menning, en Laugavegur, pero en las dos veces anteriores que cayó en bancarrota –¡cómo demonios es posible si siempre está llena de gente!- le cogí un poco de rabia, aunque luego vienen propietarios nuevos, realizan eventos y me gusta mucho. Agradezco que librerías como ésta o como Eymundsson no sólo se preocupan de tener la indispensable zona para turistas (el centro de Reikiavik es hoy un parque temático del turista) sino que también tienen su cafetería y se preocupan por tener un buen fondo de libros. Me gusta también mucho Iða Zimsen, una librería-cafetería muy acogedora y más centrada en libros de regalo… pero con bastante presencia de poesía y muchos recitales”.
De las bibliotecas, Elías se queda con la Biblioteca Nacional y Universitaria. Señala que es más académica aunque, en general, “las bibliotecas públicas tienen mucha vida y realizan actividades y lecturas interesantes. Como curiosidad os diré que es muy normal andar descalzo en la librería, todo un placer para leer a gusto. ¡Como si estuvieses en casa!”.

A bocados: Al preguntar a Elías por su restaurante de cabecera no lo duda: Sægreifinn. “Está al lado del puerto en un barracón donde un lobo de mar retirado hacía sopa de cigala (le llaman lobster pero es cigala) para cuando los otros marineros volvían del mar. Al final se convirtió en una especie de restaurante, muy popular entre la clase humilde y los Erasmus resacosos, pero el islandés medio no ponía sus caros zapatitos ahí dentro ni de broma. Luego resultó que un periódico neoyorquino les dio la máxima puntuación en la sección de crítica culinaria y de repente se volvió de buen ver. De todos modos, sigue siendo un lugar humilde, pintoresco y muy auténtico. Puedes elegir tú mismo la brocheta de pescado que quieres. Luego, dependiendo de la ética de cada uno, también sirven carne de ballena”. Otra de sus recomendaciones son los restaurantes tailandeses porque, garantiza, “se come rico y bien sin que cueste un dineral”. Destaca la carne de cordero “especialmente si ha sido ahumada en su propio estiércol” aunque él prefiere pescado ahumado de Kolaportið, un mercadillo junto al puerto –“si no eres un esnob, es de visita obligada”–, Le Bistro en Laugavegur, donde “hacen unos arenques marinados con mostaza dijonesa y un toque de miel que te mueres del puro amor que le ponen… A mí me gusta mucho comer pescaditos y sirenas…”.

En pantalla grande: “El mejor cine de la capital islandesa es Bíó Paradís. Aunque para la pequeña Islandia es un cine grande, se preocupan siempre por poner cine independiente y realizar festivales. Les tengo mucho respeto porque hacen mucho por la vida cultural”.

Secretos islandeses. Tú rincón favorito de la ciudad: “El cementerio viejo. Hay árboles, hay paz, no hay viento… Es un pequeño paraíso. Coge tu pipa y una petaca de whisky y vete allí a charlar con una lápida desconocida”.

Para pasear e inspirarse: “El mar. Yo soy atlántico y lo necesito. Cualquier paseo es bueno, ya sea por el puerto, bordeando la bahía de Reykjavík, admirando el Esja, siguiendo por la península de Seltjarnarnes… Si la marea está baja y no es la temporada en la que las aves ponen sus huevos, podrás ir por las piedras hasta la isla de Grótta y sentarte junto al faro”.
El primer lugar que te atrapó: “Núpstaður, una granja perdida en el sureste del país, donde ya no vive nadie. Tiene una iglesia diminuta que aparece en muchas postales, pero más que nada es la luz, la atmósfera, las vistas a Lómagnúpur, un monte de esos con forma de bizcocho… No sería capaz de vivir allí, pero cuando fui por primera vez me embelesó totalmente”.

Lejos de turistas: “La sección de verduras y productos frescos del supermercado. No es un rinconcito del pasillo con neveras abiertas sino una habitación entera que es una cámara de refrigeración y los clientes entran dentro, sin traje de astronauta ni nada, y se compran sus yogures, sus pollos y sus merluzas. Es otro mundo”.

El sitio turístico que nunca dejas de recomendar: “Las piscinas de la ciudad. Son una gozada y son baratas. A los visitantes les gusta además que en las piscinas la gente se muestra mucho más curiosona y charlatana que en cualquier otra situación sin alcohol”.

Por Prado Campos. Foto: Elías © Laura Andrés Esteban / sumario: Reikiavik
© Ragnar Th. Sigurdsson

Elías Knörr: Reikiavik