<
>

Pj Harvey


2001

Después de la resaca

 

Quiso Dios en su infinita sabiduría que en 2001 se nos bajasen todas las tonterías futuristas que nos había metido el Kubrick ése en la copa y  amaneciésemos en una resaca de terrorismos, política del miedo y bajones varios. Pero en agosto, un mes antes de todo aquello, aún estábamos con los últimos coletazos del hedonismo tardonoventista. Recuerdo especialmente el FIB Heineken de aquel año porque fue el primer festival al que fui con mi señora. También recuerdo estar en mi habitación, repitiéndome la típica cantinela de “No vuelvo a Benicàssim” entre evocaciones de mi cuerpo friéndose en la tienda de campaña, cuando en Radio 3 anunciaron el cartel: Belle & Sebastian (que sólo habían tocado de tapadillo en el BAM de 1997), PJ Harvey (que acababa de publicar el monumental Stories from the City, Stories from the Sea), Pulp (a los que no había visto todavía)... Se me acababa de desmontar el chiringuito.

Así que me tuve que plantar en las cálidas -y saturadas de humedad relativa- tierras castellonenses. Las, a priori, tres apuestas principales tuvieron un resultado dispar. Belle & Sebastian actuaron en la carpa en plan segundo plato, aunque congregaron tantos fans que aquello se convirtió en un horno de gente que Stuart Murdoch y, sobre todo, Isobel Campbell, contemplaron con cara de severo acojone. Con respecto a PJ Harvey, no las tenía todas conmigo. Menos aún, después de que me diese un amago de jamacuco frente al Escenario Verde por las horas que eché entre calores para que no me quitaran el sitio. Trajeron las sales, la damisela que escribe esto se recuperó y la vi: minifalda y sujetador (con flecos) de cuero negro, una guitarra y un buen surtido de hostias para repartir. Me llevé unas cuantas. Aún recuperándome, Jarvis Cocker salió al escenario cantando lo que parecía un tema nuevo y que acabó siendo una versión oscura y robótica de Common people. Nuevo amago de desmayo. Vi también a los Avalanches, que entonces parecía que lo iban a partir en trocitos muy finos, y que dieron un concierto que no sé si me encantó o me pareció una mierda. También a The Divine Comedy, en la época en que Neil Hannon iba de perdonavidas con Regeneration y a The Flaming Lips, que ahora están un poco vistos, pero que entonces montaron un tenderete sobre el Escenario Verde que dejó al resto de los conciertos en verbenas de pueblo. Fue el año en que descubrí a Death Cab for Cutie, refrescando la tarde del domingo, en que Goldfrapp nos cubrió con una delicada colcha de ganchillo cinematográfico, Mogwai petó los oídos con Rock action y Nacho Vegas empezó a labrarse su leyenda. Acabé, no sé muy bien cómo, en el camión de Radio 3, con Julio Ruiz y la plana mayor del indie, y casi me echan por empezar a rascar nerviosamente y crear horribles ruidos en el micrófono. Mis últimos recuerdos se sumergen en las gafas de luces de los Orbital, entre juramentos de no volver nunca más a Benicàssim y ganas de que aquello no se acabase nunca.

 

Texto: Darío Prieto

Fotos: PJ Harvey por Archivo Maraworld/Óscar L. Tejeda /(en sumario) Jarvis Cocker (Pulp). Archivo Maraworld/ Óscar L. Tejeda

VOLVER AL SUMARIO DE LA EDICIÓN

 

2001. Después de la resaca