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Luis Magrinyà. Foto: Ana Nieto

Luis Magrinyà

Explorador doméstico

Somos hijos de nuestros padres y padres de nuestro destino, esta es una de las ideas principales que dormitan en Habitación Doble (Anagrama), un libro en el que el enfant terrible mallorquín vuelve a la literatura y pone a prueba el sentido de las relaciones humanas y el concepto tradicional de novela.

¿Por qué terminar una novela (llena de humor) con un ensayo sobre el padre de un asesino? Siempre lo tuve claro: el libro tenía que terminar con un ensayo. Dado que iba a alternar tiempos, identidades narrativas, espacios… ¡Había también que mezclar géneros literarios! ¡Había que luchar contra el sentido! El motivo de haber elegido algo tan siniestro como el carnicero de Milwaukee y las memorias de su padre se explica en el mismo ensayo: ahí estoy yo –”yo mismo”– diciendo por qué me interesan estas cosas. Un narrador de ficción tiene que justificar por qué cuenta lo que cuenta, y esto parece una norma literaria; sin embargo, pocas veces un ensayista nos cuenta qué le lleva al tema del ensayo, qué parte de su vida está comprometida con él.
¿Qué interés le despierta? Ahí me declaro “padre ansioso” e intento desmontar ciertas ansiedades que creo que son compartidas, casi obligadamente, por muchos padres. También intento, a pesar de lo truculento del asunto, quitarle hierro al “problema” de la paternidad, que a mí me parece sobredimensionado en nuestra cultura.
Sus protagonistas tienen mucho de una sociedad impermeable a la ilusión... Y yo que creía haber escrito un libro optimista (ríe). Me gustan la inestabilidad, la equivocación, la debilidad… no veo por qué tenemos que estar enfadados con ellas. Tampoco es excusa para que se aprovechen de nosotros. Tanto en este libro como en el anterior, Intrusos y huéspedes, la posibilidad de cambiar está siempre ahí, y no como una ilusión falsa, sino como algo factible.
¿En el mundo de la ficción, aún por escribir, los personajes se redimirán? Si se refiere a los jóvenes franceses, estoy seguro de que sí. Este capítulo trata del determinismo social, de si estos chicos van a conservar su amistad pese a todo. Se sabe que en la adolescencia ya hubo quien intentó romperla y ahora, con la donación del cuadro, parece presentarse otro momento crítico. Tenemos pruebas de determinismo social en todas partes; pero es un triste servicio al poder tomarlas como una fatalidad. Creo firmemente en las relaciones “imposibles”, y el libro está lleno de ellas.
¿Cuánto más mayor menos se entiende todo? La narradora de Diez minutos después dice que la experiencia es una fuerza soberbia que se empeña en influir en nuestro futuro, diciéndonos cosas como “No vayas a hacer lo que la última vez”. Lo preocupante de la experiencia nunca son las puertas que abre, sino las que cierra. Cuando eres joven, como tienes poco pasado, la voz de la experiencia tiene poco material para especular y a veces es una ventaja. ¡Hay que mirarse en el espejo de la juventud, no en el de la madurez!

Texto: Teresa Garrido
Foto: Ana Nieto

 

Luis Magrinyà. Explorador doméstico