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Time after time
 
Por Rubén Arribas / Foto: Paco Gómez
 
Ya lo decía aquel, que el tiempo es el mejor de los maestros. Lo malo es que se vaya cargando a todos sus discípulos y no haga excepciones, que sepamos. Y es que el tiempo, el alma del mundo, aun perfecto y matemático en su pasar, es muy relativo, y pasa del cielo al infierno en unos pocos segundos. Pasados los cuarenta, el tiempo vuela como aquel puñado de hojas que lanzamos inconscientes al aire con todas nuestras fuerzas y que ahora intentan, sin éxito, entretenerse flotando en su caída con temor a aterrizar en el suelo del otoño oscuro.
 
Después de los cuarenta, el tiempo es un patio donde juegan y se entremezclan los recuerdos con lo que seguimos viviendo. Un reloj de vida presente para nacer cada día. Un hambriento que aplacó su sed en verano y busca deleitarse con los pausados sabores pardos del invierno. Un payaso con cierta tristeza en la mirada aun cuando ríe a carcajadas. Un agradecido de su tiempo y más roñoso de malgastarlo. Un tren seguro, melancólico y con algunos achaques de nostalgia que en cada estación recibe con júbilo a los nuevos pasajeros, mientras se apean algunos de los que le han venido acompañando. Un asiento acomodado en el bar de siempre. Un zapato experto que quiere dejar la huella más profunda en el camino futuro del recuerdo. Una chimenea de deseos, a la que hay que echar más leños, pero que calienta mejor.
 
Si no el mejor, es el nuestro, nuestro tiempo consciente, para ponerle vida a los años, para enfrentarnos a su dictadura con coraje o aliarnos con él hacia el futuro, aunque mañana llegue el 2017 y pasado los cincuenta, que no sea a nuestra costa. Es nuestro tiempo consecuente, el tiempo detrás del tiempo. Como escribió Benedetti, 'cinco minutos bastan para soñar toda una vida, así de relativo es el tiempo', tanto que, aun pasados los 40, lo podemos hacer nuestro, nuestro momento, y disfrutarlo como nunca, del todo, tuyo.
 

Time after time