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Cazar una entrevista

Por Teresa Garrido
 
Era 2003, yo tenía 20 años y la sospecha de estar estudiando algo que podría, aunque también no podría, ser una engañifa. No, no escribía aún para El Duende, aunque todos los meses lo leía con avidez y pensaba lo afortunados que eran todos esos periodistas que podían dedicarse a la cultura. Yo entonces era una estudiante a la que le habían encargado hacer una entrevista a un 'personaje destacado' para la asignatura de redacción. 
 
Quizá fuese casualidad, pero la tarde que el profesor nos hizo el encargo atesoraba en mi bolsillo una entrada para la obra de teatro Arte. Había disfrutado antes una versión con José María Flotats, pero no me importaba repetir porque el reclamo no era la obra, sino uno de sus protagonistas: Ricardo Darín.
 
Descubrí al actor argentino años atrás cuando mi madre se empeñó en que viese Nueve reinas. Desde entonces, en cuanto podía, disfrutaba con devoción cada una de sus películas. Me dejé empapar por la ternura de El hijo de la novia, hice mía su frase del póster de Cortázar en El mismo amor, la misma lluvia y descubrí que Kamchatka existe y no siempre está en Siberia. Él aún no era el íntegro agente judicial de El secreto de sus ojos. Ni tampoco era el bombita Darín de Relatos salvajes, pero después de que se empezasen a estrenar sus películas en España comenzaba a ser bombazo Darín.
 
Salí del teatro entusiasmada y como si de una revelación se tratase (sin luces, ni música eso sí) supe que mi primera entrevista sería con Ricardo Darín y la recordaría para siempre. No lo había decidido yo, la decisión me había tomado a mí. Al igual que yo, hordas de personas se quedaron a esperar su salida. 'Desde que vi El hijo de la novia no puedo parar de comer Tiramisú', decía una mujer destacando entre la multitud. 'Eres tan sincero, me emocionas', comentaba otro.
 
Lo cierto es que Darín era y es ese tipo de actores que consiguen que la gente se vea reflejada en ellos y tome como propias las torpezas de sus protagonistas. Un tipo común, agradecido por poder dedicarse a lo que más le gusta, restándole siempre importancia a su talento. Entre elogios y empujones, conseguí hablar con él. 'Estaré encantado de darte la entrevista, pero tienes que contactar con prensa. Hazlo, insiste, seguro que lo consigues'. Las entrevistas no se hacen sin avisar. Hay un protocolo. Una agencia. Una persona dedicada a gestionar a los medios. La respuesta oficial de su entonces oficina de prensa fue no, claro, un trabajo escolar no podía competir con un programa de televisión. 
 
Insistí. Cada día a la salida del teatro le asaltaba con la petición. Así pasaron dos, tres y hasta cuatro días. La última tarde se disculpó por no poder atenderme; 'empieza un partido de fútbol y no quiero perdérmelo', dijo con una sonrisa sincera de las que derriten los glaciares. Yo le contesté que podía andar y hablar a la vez, que le acompañaba hasta la esquina.
 
Antes de terminar la frase ya me había topado con un bolardo y estaba rodando como una croqueta por la acera. Me levanté lo más rápido que pude. '¿Estás bien, te duele?'. Claro que me duele, pero no puedo reconocerlo delante de ti, así que disimularé como si no me hubiese roto la espinilla y tú harás como si no te hubieses dado cuenta de lo torpe que soy, ¿vale?
 
No sé si fue por verme por los suelos o por el temor de que no le dejase tranquilo, pero antes de cruzar la esquina, mientras le veía alejarse, se detuvo y volvió a dirigirse a mí. 'Sí, te daré la entrevista. ¿El viernes? El viernes por la tarde, antes de la función, ven al teatro y hablaremos'.
 
El día D, a las 5 de la tarde, llamé a la puerta del teatro. 'Hola, vengo a entrevistar a Ricardo', dije orgullosa sacando pecho como un palomo. Las agujas del reloj dieron varias vueltas a la esfera cuando me di cuenta que no aparecería. Sentía que la gravedad ejercía una fuerza especial sobre mis pies y que no podría moverme de ahí. Las puertas del teatro se abrieron y una marea de gente perfumada entraba al hall, mientras mis esperanzas salían cabizbajas.
 
Me levanté, intentando esquivar al público, cuando alguien tocó mi hombro por detrás, me tomó de la mano y me alejó de la multitud. 'Disculpa. He tenido que ir al doctor y no he podido acercarme antes. Quédate a ver la obra y después hacemos la entrevista'. Era él, había venido a rescatarme de la desesperanza como en una de sus pelis. Recuerdo la lluvia golpeando el cristal de un bar cercano al teatro y su chamarra oscura que crujía un poco al andar. Me temblaban las manos y derramé la cerveza, a la que me había invitado, sobre la hoja en la que tenía escritas las preguntas. Ya no podía seguir leyendo. Improvisaría. Estaba lista para olvidar las preguntas preparadas y empezar a conversar. Estaba lista para poder ser periodista y cazar mi entrevista.  
 
Gaby Herbstein. El retrato de Darín que acompaña este texto es de Gaby Herbstein (Buenos Aires, 1969), con quien tuvimos el privilegio de contar para una de nuestras portadas. 'La toma de Darín como asfixiándose dentro de una bolsa la hice para un calendario a beneficio de Fundación Azara, cuya misión es contribuir al estudio y la conservación del patrimonio natural y cultural de Argentina. La idea de esta serie fue alertar a las personas sobre la urgencia del daño medioambiental que vive nuestro planeta a través de referentes populares importantes como Ricardo'. 
 
Sus iconos de la fotografía: 'Sebastião Salgado. Lo admiro muchísimo desde siempre. Me gusta la intención que pone en las imágenes que decide compartir, del mundo al mundo, además de su talento como artista y su capacidad de trabajo. Como fotógrafo español contemporáneo, Eugenio Recuenco me parece un grande'.  

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