<
>
 
Los inventos de Ramón y Cajal
 
Por Antonio Calvo Roy  Ilustración Nuria Cuesta
 
Cajal es una estatua de mármol, grande, divinizada. Un David de Miguel Ángel pegado a un microscopio al que adoramos desde lejos y del que pensamos que fue milagroso porque así, como decía Laín Entralgo, no debemos preocuparnos si no hay más: los milagros son irrepetibles. Pero Cajal fue lo que fue gracias a muchos factores, entre ellos a que tuvo ayudas y maestros, a que estaba al tanto de lo que pasaba fuera, a que tenía algunas destrezas que supo aprovechar y, sobre todo, a que era curioso, muy cabezota y a que aprendió a pensar distinto. Y ahí encontramos al Cajal inventor.
 
En sus memorias recuerda el descubrimiento, estando encerrado por gamberro, del fenómeno de la cámara oscura. A través de un pequeño agujero en la pared 'tuve la suerte de hacer un descubrimiento físico estupendo, que en mi supina ignorancia creía completamente nuevo', relata en sus memorias. Poco después, descubrió la fotografía, algo que le interesó tanto que a lo largo de su vida sería una preocupación –y una ocupación- notable y campo de algunas de sus invenciones. Su mayor sorpresa fue la falta de curiosidad de los fotógrafos que le mostraron la magia del revelado por saber cómo funcionaba aquello, por qué pasaba lo que pasaba en las placas, el que dispusieran, como escribe de nuevo en sus memorias, de 'tamaños milagros sin la menor emoción, horros y limpios de toda curiosidad intelectual'.
 
En el campo de la fotografía desarrolló algunos inventos que le hubiera sacado de pobre, cuando lo era, si hubiera encontrado inversor. Recién casado, en Zaragoza, vivía tanto de su sueldo de director del Museo Anatómico como de las lecciones que daba a alumnos privados en el laboratorio micrográfico que había instalado, además de empezar sus investigaciones. De paso, los conocimientos de fotografía, que aplicó a la obtención de placas fotográficas, también le producían beneficios.
 
Hasta esa fecha, la mayoría de los fotógrafos utilizaban la técnica llamada al colodión húmedo, porque no eran habituales otras técnicas que resultaban muy costosas. Cajal, que donde ponía el interés ponía la inteligencia y su carácter investigador, desarrolló una técnica ultrarrápida al gelatino-bromuro que tuvo muy buenos resultados. Primero la utilizó él mismo en sus fotografías y, como cosechó éxitos, sobre todo con una foto del palco presidencial lleno de majas con mantilla en una corrida de toros, se corrió la voz entre los fotógrafos zaragozanos y comenzó a recibir peticiones de sus placas.
 
En el obrador de su casa y teniendo a su mujer, Silveria Fañanás, como ayudante, instaló una fábrica y 'si en aquella ocasión hubiera yo topado con un socio inteligente y en posesión de algún capital, habríase creado en España una industria importantísima y perfectamente viable', cuenta de nuevo en Mi infancia y juventud, el primer tomo de sus memorias.
 
El conocimiento profundo de la química del revelado le fue muy útil, también, cuando desarrollaba técnicas de tinción de células, la única manera de ver en el microscopio lo que veía. Y le permitió escribir un libro, La fotografía de los colores, publicado en 1912 y que, según uno de sus discípulos, Fernando de Castro, 'pasó tristemente casi inadvertido para la mayoría de los fotógrafos españoles de la época, e igualmente para la gran masa de aficionados de entonce'. Este libro es, como quien dice, la historia de la fotografía hasta la fecha, incluidas sus invenciones para perfeccionar las fotografías en color.
 
Edison también se le adelantó en el fonógrafo, en el que Cajal había trabajado con la idea, una vez más pensando fuera de la norma, que el disco debería estar colocado horizontalmente, y no en vertical como hasta entonces. Tampoco esta vez pudo encontrar artesano que pusiera en piezas su idea y durante su viaje a Estados Unidos en 1899, comprobó que ya se comercializaba un aparato así, el celebérrimo gramófono de Edison.
 
La aportación de Cajal a la Exposición Universal de Barcelona de 1888, léase La ciudad de Prodigios, de Eduardo Mendoza, para saber qué fue aquello, fue una colección de preparaciones histológicas colocadas en un armario diseñado por él. Para que se almacenaran y se vieran, el armario debía contener las placas Petri en las que Cajal había fijado las preparaciones. El Tribunal Internacional de Premios le concedió por estas preparaciones un Diploma y una Medalla de Oro. Tres pinceladas, pues, de la inquietud inventora de Cajal. Después de todo, inventar es poner en madera y hierro ideas, y a Cajal nunca le faltaron las ideas.  

Los inventos de Ramón y Cajal