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Colección fotográfica Javier Aranburu.

SELFIE

Por Rubén Arribas Foto: Palacio de Cristal del Retiro. Colección www.javieraranburu.com

La batería está llena pero tus piernas ya no consiguen la energía suficiente para llegar antes de tiempo a esa constante melodía que te avisa de todo lo importante en tu vida. Acudes a su llamada con la sensación de que siempre ha estado contigo, o si no, muy cerca. Lo giras como quien gira el mundo en sus manos, y te sientes extraño porque es el mundo quien te mira. Pareces molesto como un protagonista inoportuno, un director que se tiene solo a sí mismo como único actor en un teatro. Abres el telón y la cámara enfoca tu rostro mientras el dedo índice aprieta un botón invisible en el escenario rectangular. Un fugaz destello justo antes de cerrar los ojos y un repiqueteo, más familiar que el sonido de las olas, que lo congela todo. No es más que una pose. Una imagen que pudiera ser eterna se agolpa en tu álbum repleto de reminiscencias. Nunca te reconoces del todo y eso que has repetido muchas veces el ejercicio. La última vez, hace muy poco. Los filtros automáticos luchan con los tamices de la memoria. Se guardó toda la juventud en algún lugar de la nube. Si cierras los ojos se impone siempre el ayer con pelo, el autofoco de la retina. La blanca sonrisa te parece algo falsa a estas alturas para subirla a los cinco minutos de fama de tus redes. Nunca has estado cómodo en el papel de narcisista adulador y tus ojos te delatan pensando siempre en otra cosa, en la vida más allá de la inmediatez focal, como aquel actor que se rebela a su guion. El tiempo es tan solo una prioridad que puede pasar sin el onanismo de gestos mecánicos. El otoño está al caer y un manto llenará de versos rojizos el suelo. Será un buen lugar para descansar, aquel donde no lleguen los selfies ni el autoengaño. Un descanso en el camino, un desvió secundario del foco que apunta directamente a tu iris.

 

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