<
>

ilustración-nuria cuesta

Lo obsoleto es romántico

El disco físico tiene los días contados. Paralelamente al discurso catastrofista sobre “la muerte de la música”, los diferentes formatos en que nos hemos acostumbrado a consumirla van camino del cementerio en beneficio de un mundo digital en que todo fluya de un modo diferente. ¿Cómo afecta esta coyuntura a nuestra forma de aproximarnos al acto emocional que es el escuchar música? Aquí van algunas consideraciones al respeto.

Con 12 años, mi sobrina me vio poner un disco de vinilo en el plato y se partió de la risa: su sensación debió ser similar a la mía si viese a un familiar con un gramófono de principios del siglo XX. Las diferentes formas de almacenar y reproducir música han sido superadas a la velocidad del rayo. Carlos Galán, responsable de la discográfica Subterfuge, da su visión: “Ésta es una industria muy joven. Si piensas en cuándo surge Elvis, sólo han pasados 50 años. Es tan caprichosa que siempre ha provocado que los formatos prescriban hasta llegar a un punto de incertidumbre total. Quiero pensar, como coleccionista, que va a continuar el disco físico, pero lo cierto es que los chavales ya no quieren tener nada”.
La obsolescencia planificada de los viejos formatos les confiere el mismo carácter que el de las antigüedades: es un objeto de culto, perseguido por coleccionistas, cuyo valor sentimental aumenta. A medida que el CD pierde valor y su espacio en las tiendas disminuye, los establecimientos especializados observan un repunte en la venta de vinilo. No es algo para tirar cohetes, sino una especie de acto de resistencia generacional “albumcéntrica”, como define el músico neoyorquino Panda Bear. “Yo adoro el vinilo -afirma el componente de Animal Collective-, porque me gusta lo que crea en mi relación con él, es una cosa más personal, como tener un coche o una mascota, algo que posees y ves y es un gran objeto físico. Ahora se pierde parte de ese aspecto visual, de ver el texto de la canción y escucharla. Para mí es importante esa conexión personal”.
Si el vinilo mantiene el tipo, el gran derrotado ha sido el casete, ya prácticamente extinguido y sin ningún valor para los coleccionistas. Históricamente, éste ha sido el formato más popular para escuchar música, y hasta no hace demasiado. En 1989, se vendieron 27 millones de cintas no vírgenes en nuestro país. Y no sólo con música: dato significativo es que “Los chistes verdes de Arévalo” (1980) despachó un millón de casetes. Parte de su éxito se debió a la evolución de unos soportes pensados en hacerlo cada vez más accesible, como el radiocasete de doble pletina o el walkman. En cuanto éste fue sustituido por el discman y, posteriormente por el Ipod, el formato cayó en picado. En los 2000, la venta de cintas bajó en un 80% anual. Entre 2003 y 2005, todas las discográficas dejaron de editar en ese formato.
¿Movimientos de reacción? Los hay, pero no tan encaminados a reivindicar el casete original como la cinta de mezclas. En oposición al reinado del “playlist” digital que se está estableciendo hoy día, han aparecido libros como Mix Tape. The Art Of Cassette Culture (Universe Publishing, 2004), donde prestigiosos artistas estadounidenses enseñan los contenidos y portadas de cintas que en algún momento grabaron para o recibieron de alguien y que tienen un importante peso en su memoria sentimental. “Simplemente existen como un asentimiento al amor verdadero y al ego implicado en el acto de intercambiar música con amigos y amantes”, escribe en el prólogo el inductor del proyecto, Thurston Moore, del grupo Sonic Youth.

El contenido ya no es el rey
Todo indica que lo digital avanzará hasta límites insospechados, y los movimientos actuales ya lo ponen de manifiesto. Entre 2006 y 2007, el mercado digital ha aumentado en un 40% y supone actualmente el 15% del negocio musical. La venta de CD’s desciende en un 7’5% anual. Al mismo tiempo, los nuevos formatos siguen en desarrollo. No sólo se está trabajando en formas más avanzadas de compresión de MP3 que consigan mayor calidad de audio: también se buscan posibilidades de interactividad que dejen en pañales al arte de los libretos de los discos tal como conocíamos hasta ahora. Es lo que sucede con A Million Hundred Suns, el nuevo trabajo de Snow Patrol (cuyo formato digital incluye enlaces a las letras, fotos, vídeos, etc). La inquietud o, por qué no, el nerviosismo, lleva a compañías y artistas a buscar todo tipo de estrategias: desde las famosas políticas de “freeconomics” tal como bautizó la revista tecnológica Wired (esto es, tú dejas la descarga gratis pero das la opción de pagar), hasta la utilización de redes sociales para estrenar los discos, mientras que las compañías optan por utilizar la música digital como producto de mercadotecnia: en promoción de giras, venta de móviles y otros soportes y la vista puesta en la suscripción (paga un fijo y bájate lo que quieras).
Pero el caballo de batalla actual no gira tanto en torno al formato predominante como a cuál es el valor real de un disco. No es broma: empresas como Warner, Apple o Nokia han encargado estudios de mercado para saber cuánto está dispuesta a pagar la gente. Según escribe el periodista Juan Varela en el portal soitu.es, ese valor es casi inexistente: “El contenido ya no es el rey. En la era de la información se paga por los aparatos y por la conexión: redes y servicios. El valor ha vuelto al hardware”. El medio, pues, es el mensaje.

Texto: David Saavedra
Ilustración: Nuria Cuesta

Lo obsoleto es romántico