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Lucía Puenzo


Lucía Puenzo

El sexo silenciado

 

Hermafrodito era un bello joven que, tras fusionarse con la ninfa Samalcis, mutó en un ser con dos sexos. Aunque, más allá de la mitología, la ambigüedad genital es una realidad sobre la que se cierne un ancestral silencio. La argentina Lucía Puenzo (1973) lo ha roto con un sorprendente debut, XXY, en el que narra la lucha de un adolescente intersexo por permanecer suspendido en el limbo de la indefinición.

Lo hermafrodita cohabita en la Naturaleza, en todos sus seres vivos; Alex, con quince años y dos sexos, también: vive con sus padres (sutiles Ricardo Darín y Valeria Bertuccelli) en una cabaña junto al mar de Piriápolis (Uruguay). Cuando reciben la visita de un cirujano y su hijo adolescente se despiertan dos fantasmas: la aberración de las cirugías normalizadoras y un despertar sexual que se revela tan iniciático como complejo. Con ésta premisa, la hija del director de La Historia Oficial, alumbra un hermoso relato de aliento naturalista y poético, plagado de silencios y sugerentes metáforas que la hermanan con el cine de Lucrecia Martel. "Mi interés por el tema surge a raíz de un relato, Cinismo, del libro Chicos, de mi pareja, el escritor Sergio Bizzio", cuenta. "Aunque hay un cambio de tono: el cuento era una parodia verborréica y el filme es un drama muy silencioso". La cineasta, que en abril rodará la adaptación de su novela El niño pez, una historia de amor entre dos chicas adolescentes de clases sociales muy distintas, ganó el Premio de la Crítica y la Juventud en Cannes y representará a su país en los Oscars.

¿Por qué existe un silencio tan ominoso sobre la intersexualidad? Los activistas con los que hablé me decían que el silencio cultural se debe a que cuestiona algo que está en el origen remoto de los tiempos: que el mundo se divide entre un hombre y una mujer.

Alex vive escondida por el miedo que genera lo diferente. Muchos chicos me decían que de pequeños tenían el temor de que otros chicos les quisieran ver desnudos. Para mí ese era el tema central: ese primer recuerdo de lo innombrable, ese secreto a esconder.

La Naturaleza tiene una presencia fundamental. Trabajé mucho con ciertas lentes y la luz la idea del contraste entre la inmensidad del paisaje, infinito, y la opresión del personaje.

¿Al servicio de qué simbología introduces tortugas, iguanas, flores...? En algunas especies de tortugas para saber su sexo hay que abrirles el caparazón. En esa necesidad de una intervención quirúrgica había algo muy interesante. También me importaba ese choque entre el mundo de la biología (el padre de Alex) y la medicina (el padre de Álvaro).

El cine argentino peca de verborrea. Sin embargo, tu filme abunda en silencios. ¿Cuál es su función expresiva? Había tanta investigación que el guión era barroco. El trabajo de las reescrituras fue despojarlo de palabras. Quería que fuera como un Haiku. Por ejemplo, en la secuencia en la que los tres adolescentes están frente al fuego había diálogos, pero los quité en el montaje porque quedaba más dramático y, paradójicamente, mucho más claro lo que querían decir.

Texto: David Bernal

 

Lucía Puenzo